HISTORIAS DE BUDA Y PEST / Day4: De boyas, avituallamientos y el 'fistro del neopreno'
“Hay que luchar, aunque las cosas parezcan imposibles”. No es mía (nunca lo es, por cierto), es de Rafa Nadal, que hoy ha metido la heroica para remontar a un partido que se le escapaba en Roma. También han debido pensarlo Alberto Martínez y Paula Ruiz, que han nadado dos horas en unas aguas realmente frías y un tiempo desapacible hoy en Budapest. Y han salido hablando tan panchos. Además, lo han hecho con “neopreno” (dicho así queda que te mueres). Vamos a explicar la palabreja, que tiene su miga.
El Diccionario de la RAE define neopreno como “caucho sintético de gran resistencia mecánica y propiedades aislantes del calor y la oxidación, usado en la industria, así como en materiales y prendas deportivas”. Voy a intentar recrear -en clave de humor pero con toda la admiración posible a nuestros titanes- lo que se le podría pasar por la cabeza a un deportista de aguas abiertas si realmente se parase a pensar qué le ha pasado en un día de gran competición. Ahí va:
Llegas a la instalación en autocar, y en algo que llaman box (como en la Fórmula 1 pero en realidad es un trastero panelado de 2x2) tienes que ponerte el bañador de neopreno ese. Para que los árbitros te identifiquen, la organización te da una pegatina y te buscas la vida. Entonces llega el fisio, el doctor, el que pase por allí si tu equipo es limitado, marca el número adhesivo en espalda y brazos del traje, y te lo pones. Te das vaselina (la de Mercad... va de cine, por cierto) para evitar rozaduras, sobre todo en el cuello, muñecas y tobillos. Hasta aquí, tiene un pase la cosa.
Últimos consejos o risas (no entraremos en detalles) y a una carpa a esperar a que te llamen. Estás en capilla... Por fin te quitas la mascarilla, porque entre el neopreno, el gorro, las gafas, la bebida energética, la acreditación, el entrenador...el agobio es colosal. Ahora, de la distancia de seguridad, olvídate. En la salida te pegas con los codos con los gigantes centroeuropeos, tipos rubios de 1,98 y pies de anfibio que no se dignan ni a mirarte; eso si no te toca el checo (y hasta ahí puedo leer), todo ello colocado sin moverte donde pone tu número en el suelo, como el juego de la oca, pero esto va de boya a boya y nado porque me toca. Y al agua. O sales en casi dos horas o es que te has/han retirado. Entonces tienen la deferencia de mandarte una zodiac y una manta térmica estemos en el más frío invierno en Kazan o en el más pegajoso verano africano en el Guadalquivir. Da igual, el caso es embutirte más aún en la susodicha manta. Luego está lo de las boyas. En las boyas no solo no hay distancia social, sino que el contacto es como hace dos años un concierto de Alejandro Sanz.
Y lo de los avituallamientos ya sí que es I-NE-NA-RRA-BLE. En algunos aeropuertos alucinan con las cañas de aguas abiertas, una especie de palos-selfie que acaban en formato doble chato de cerveza y la banderita de tu país, y que uno realmente no sabe explicar al fronterizo de turno para qué viajas con eso y cuál es el fin. A ver qué contestas, ¿que vas a Eurovisión en agosto? El caso es que en un avituallamiento hay tales atascos de cañas y de nadadores que es mejor evitar directamente la ‘consumición en barra’. Al fin y al cabo, es medio batido de fresa o similar, nada de importación. Menos mal que llevan unos geles repartidos por el bañador, porque dos horitas a palo seco, teeela. Cuando llegas a la meta (siempre los italianos están contentos por h o por b), si no has hecho podio te vas al box a recuperar y a vestirte. Y a esperar el autocar de todos los días. Cuando quieres comer de verdad en el hotel son las 7 de la tarde y ya solo quieres hablar con los tuyos (digo yo) y a dormir. Vamos, que estamos los demás como para quejarnos del día...
¡Deportistas, sois de otra pasta! Gracias por vuestro ejemplo y amor al deporte.
Rodrigo Gil-Sabio, a orillas del Danubio
